La Pregunta del Millón
Quien
sobrevive a un trauma ya no es quien fue ni quién hubiera sido: solo se
sobrevive en tiempo presente.
Del Reino
Unido tal como existía el 18 de Septiembre de 2014, ha quedado muy poco. Ese país con un gobierno centralizado, con
sede en Londres, ya no existe. Ese es el
logro sin intención del Nacionalismo Escocés: para frenar su ascendencia, el
gobierno Británico no tuvo más remedio que ofrecer la “Devo Max”, la máxima
devolución de poder a Edimburgo posible sin llegar a la independencia de
Escocia. De allí a la devolución de
poder a cada país del Reino Unido, cada región, y hasta cada ciudad, hay solo
un paso inevitable.
Así, el
referendo por la independencia de Escocia ha instalado un debate constitucional
en el centro de la vida política del Reino Unido: la necesidad de transformar
la Unión en una Federación.
Para el
gobierno británico, coalición de conservadores y liberales, el enroque táctico
de la Devo Max consiguió su objetivo: mantener intacto al Reino Unido. El
precio pagado es que de la Unión de ayer hoy solo han quedado las formas
constitucionales, mientras que los contenidos constitucionales, como los
tiempos, ya son otros.
La pregunta
que queda picando es por qué el Reino Unido se conforma con ser una federación,
en vez de segregarse en sus partes?
La identidad británica
La
respuesta, un tanto obvia, es que todo pasa por la identidad británica: esa
cosa tan inasible como flexible, realista, pragmática, tan poco afecta a las
experiencias revolucionarias como afín a los cambios graduales y negociados.
Muchos
británicos vivirán el resultado de ayer como una derrota, y no solo los escoceses
del Yes. La Unión que se transforma en
federación implica en apariencia un salto al vacío, abrazarse de valores
desconocidos, ajenos. Sería revolucionario si no fuera por la ausencia de
alternativas.
No hay que
subestimar la magnitud de los cambios a los que nos hemos comprometido. Por
ejemplo, puede suceder que el parlamento de Westminster se desdoblará entre un parlamento para el
Reino Unido y otro para Inglaterra, que oficiarán en sesiones separadas. O sea, los parlamentarios ingleses tendrían
dos roles distintos dentro del mismo edificio y la misma constitución: votarían
leyes para el Reino Unido en las sesiones para el Reino Unido y leyes
para Inglaterra en otras sesiones en las que no tendrán voz ni voto los
representantes de las otras naciones federadas, puesto que Galeses, Irlandeses
del Norte y Escocia tendrán sus parlamentos regionales en Cardiff, Belfast y
Edimburgo.
Sea como fuera, ya nada sería igual: en un Reino Unido más federal un eventual gobierno laborista, cuya mayoría se debe a laboristas escoceses, se encontraría con que no controla un parlamento Inglés dominado por conservadores, conduciendo a súbitos desequilibrios políticos a la Italiana, obligando a la formación de gobiernos de coalición para emparchar el caos. Tierras desconocidas y peligrosas para la visión política de muchos.
Sea como fuera, ya nada sería igual: en un Reino Unido más federal un eventual gobierno laborista, cuya mayoría se debe a laboristas escoceses, se encontraría con que no controla un parlamento Inglés dominado por conservadores, conduciendo a súbitos desequilibrios políticos a la Italiana, obligando a la formación de gobiernos de coalición para emparchar el caos. Tierras desconocidas y peligrosas para la visión política de muchos.
Muchos son los que se sienten derrotados por el resultado de ayer, pero tal vez
no deberían sorprenderse tanto. Tanto el
Reino Unido como los británicos siempre han tenido tres enormes virtudes cuando
han debido hacer frente a las crisis:
1. La flexibilidad pragmática: un británico no es
nada sino un negociador y un aspirante a realista. Lo importante para un británico
en su trato con otro británico no es aplastar al otro con la propia visión,
sino llegar a un acuerdo que permite seguir adelante en los negocios y en la
vida.
2. La identidad compartida: Los
británicos siempre quieren llegar a un acuerdo PORQUE, más allá de las muy
marcadas diferencias sociales y regionales, tales como el acento con el que cada
cual habla el inglés, se sienten parte de una misma sociedad. No hay necesidad de nacionalismos exacerbados
cuando se comparte una identidad común. Ricos y pobres mueren juntos en las
guerras, aristócratas al lado de plebeyos, escoceses al lado de galeses, los
unos al lado de los otros, todos en la misma trinchera. Lo importante, para el
británico, es que somos socios. El nacionalismo se diluye y surge la identidad
compartida como lo más importante.
3. El gradualismo: Los británicos no
creen en los portazos intempestivos ni en las revoluciones. Cuando aparecen los
primeros síntomas de un problema de gravedad, los británicos no tratan de
resolver las cosas cuando ya las papas queman, sino que tratan de descomprimir
tensiones antes de llegar a situaciones de ruptura: inician un proceso gradual,
que conserve el equilibrio.
Obviamente,
lo de arriba es una idealización y una simplificación grosera. Una idealización que solo se aplica al trato
de británicos hacia otros británicos.
A lo que
voy es lo siguiente:
Entender a
los británicos a partir de su flexibilidad pragmática, su identidad compartida
y su gradualismo es una herramienta útil.
Si esta
herramienta tiene alguna validez queda a criterio del lector. Lo cierto es que, aplicándola al referendo
Escocés, el resultado ya no parece tan sorprendente.
El Porque del No
Mi
observación es la siguiente:
El
resultado no fue tanto una derrota del Yes, sino el triunfo de los escoceses que
se sentían BRITANICOS.
El Yes, o
sea la independencia de Escocia, hubiera implicado afiliarse a lo siguiente:
a. Un acto idealista y emocional, cosa
que no se ajusta bien al estereotipo británico.
b. Un portazo, un acto rígido e
irreversible, en vez de una salida gradual y negociada, con opción de retorno.
c. La independencia de Escocia hubiera
implicado un corte abrupto, una revolución, un salto al vacío con consecuencias
imprevisibles.
De donde
sigue que el resultado del referendo solo refleja la cantidad de escoceses que
se sienten británicos.
Pero no
idealicemos demasiado.
El Diablo más sabe por viejo que por mañoso
Es
interesante considerar como se negoció el referendo entre el gobierno de Londres
y las autoridades de Edimburgo hace un par de años:
i.
En
las negociaciones, Londres le dio al Nacionalismo Escocés todo lo que le pedía.
Por ejemplo:
ii.
La
pregunta del referendo era “Escocia debe ser un país independiente?”
iii.
De
allí que el nacionalismo Escocés se quedó con la respuesta positiva, el Yes,
mientras que sus oponentes debían defender un mensaje negativo, el No.
iv.
Según
los psicólogos, un mensaje positivo tiene más chances de ganar que uno
negativo.
v.
Sin
embargo, ese fair play del gobierno británico era… muy británico. Y por ende
muy positivo para quien vive esa identidad.
vi.
Así,
el gobierno británico lo vistió a Alex Salmond con un chaleco de fuerza y lo encaramó
en un pupitre desde el cual debía pregonar su mensaje rígido, inflexible y
revolucionario. En oposición a la
identidad británica.
vii.
Con
Alex espumando por la boca, el gobierno británico se reservó aquello que tanto
valoran los británicos: la posibilidad de negociar, de conceder, hasta el último
momento. Y así, a último momento, jugaron su última carta: la Devo Max, la
alternativa británica a la independencia. La chancha y los 20 para un escocés
británico.
Así, todo
se redujo a una sola pregunta: cuantos Escoceses se sienten británicos? Según
el resultado de ayer, parece que el 55%.
El futuro del Reino Federal
La Devo Max
a Escocia tiene como consecuencia que cada país, cada región, del Reino Unido reclame
la devolución de mas poder. Escocia no puede tener lo que los otros no
tienen. Hay que reescribir la
constitución británica (o mejor dicho, escribirla de una buena vez). De la
Unión pasamos a ser una federación.
Y después,
qué?
Me quedo
con lo que dijo un albañil escocés que anoche integró un panel de gente común
en la BBC:
“A mí me
encanta la idea una Escocia soberana e independiente. Ojalá lo tuviéramos. Sin embargo, yo tengo mi
empresita, tengo mis hijos y tengo que pagar la hipoteca con la cual compré mi
casa. La SNP no supo responder a las
preguntas que yo me hago: Que moneda vamos a usar? Quien va a ser el jefe de
estado: La Reina, o tendríamos un sistema presidencial? Cuando y en qué
condiciones entraríamos en la Unión Europea? A mí, en este momento de mi vida,
no me hacen falta estas incertidumbres. No me hace falta una revolución. Yo
quiero seguridad y reglas de juego claras. Porque voy a arriesgar lo que tengo?
Y por qué la SNP no trabajó todos estos años en brindar respuestas a estas
preguntas tan evidentes, que yo, albañil, me hago? Si de acá 20 años hay otro
referendo y me responden en tiempo y forma a esas preguntas, yo no dudaría en
votar por el Sí. Pero hoy, dado las
condiciones corrientes, voté por el No y no creo haberme equivocado.”
Digo yo: de
acá 20 años que pasará? Quien lo sabe.
Pero se me ocurre que, en ese futuro lejano, las tensiones nacionalistas
habrán desaparecido, víctimas del genio británico de desarticular los problemas
a tiempo.
Tanto no
vamos a cambiar en 20 años. Cuando llegue el momento de volver a decidir, tendremos
aun lo que ayer nos mantuvo unidos: más allá de clases sociales o de ingresos, nos
reconocemos entre nosotros como socios, partes inseparables de una identidad
compartida, sin más exigencias mutuas que el respeto por reglas claras.
Cuando digo
nosotros, no me refiero a los cuatro países federados, sino a mis socios, los
setenta y pico millones de británicos con quienes intento colaborar en esta
difícil empresa de ser lo que somos y reconocerlo a tiempo.